Nuestro miedo a destacar, a llamar la atención, hace a veces que en vez de sentirnos orgullosos de nuestros logros los minimicemos a los ojos de los demás por miedo a que nos envidien o nos critiquen por ellos.
Confundimos afirmarnos con presumir y creemos que es mejor mantener un perfil bajo para ser aceptados. Sin embargo, sin creernos mejor que nadie por ello ni querer humillar, ni hacer daño, tenemos que atrevernos a desarrollar nuestro talento. A ser la mejor versión posible de nosotros mismos.
Si pensamos que si lo hacemos los que tenemos cerca van a dejar de querernos, nos equivocamos. Posiblemente ocurra lo contrario, que despertemos su admiración e incluso podamos servir de ejemplo para que ellos también se atrevan a dar lo mejor de sí. Porque el reverso de la envidia es la admiración que nos empuja a superarnos.
Citando a la pensadora americana Marianne Wilson:
“A medida que dejamos que nuestra luz brille, inconscientemente le damos permiso al prójimo para que haga lo mismo. Cuando nos liberamos del miedo, nuestra presencia automáticamente libera a otros”
No se trata de fanfarronear, ni de creerse más que nadie, simplemente es cuestión de no hacernos más pequeños de lo que somos para ‘no molestar’. Y si a alguien le disgustan nuestros logros, probablemente sea fruto de sus inseguridades. Las mismas que a menudo nos llevan a no atrevernos a demostrar nuestras posibilidades, por miedo al fracaso, pero también al éxito.
Foto: CC Anises1 Flickr